Describir en palabras lo que pasó el treinta de septiembre de 2022 va a ser difícil, porque sólo el hecho de ponérmelo a pensar basta con que se me ponga la piel de gallina y me lata el corazón a mil. Pero ahí vamos.

Fue como November Rain, solo que no estábamos en noviembre y, no llovió. Pero la experiencia se sintió como la canción. Un viaje de altos y bajos, una espera tan larga como el solo de Slash pero que valió la pena, momentos en los que te sentís que estás flotando, momentos en los que te pellizcás para comprobar que no es un sueño y momentos en los que llorás como recién nacido porque estás viendo en vivo a la banda de tu vida y mirás para el costado y está tu papá, la persona que te los hizo escuchar desde que tenés uso de razón.

El anuncio salió un 22 de marzo. Y las entradas salieron a la venta ese mismo viernes al mediodía. Entré a la fila virtual de la página y pareció escucharse de fondo un: “¡Que comiencen los juegos del hambre!”. Claro que fue sólo un producto de mi imaginación; no estaba dentro de la famosa saga de películas. Luego de horas de espera, de renegar con las tarjetas y de ver cómo se iban agotando todos los sectores logré sacar tres entradas y el sueño iba cobrando sentido, se iba haciendo realidad. Y, a lo lejos, se sentía un “we are the champions”, como si Freddie me lo murmurara solo a mí. Sonreí.

Ahora, estoy escuchando Coma mientras escribo esto y siento que la experiencia también fue como esta canción. Latidos fuertes, intensos, suspiros largos, segundos de tranquilidad y segundos de locura, y, al final, todo termina con un pitido ensordecedor en los oídos. En esas tres horas, nos atraparon en un coma y ninguna persona de las que estaba dentro del estadio de River queríamos volver al mundo real.

Ellos entraron a los primeros acordes de “It’s so easy”, algo en común con todos sus recitales. Y yo me sentía como repleta de energía. Miles de sensaciones pasaron por mi cuerpo en esos primeros cinco minutos. Pasar del completo shock, a la alegría y emoción hasta el punto máximo de exaltación.

Estaba viendo a Axl Rose, Slash y a Duff McKagan en vivo. ¡Estaba en un maldito recital de Guns N´ Roses! ¿Vieron ese sentimiento de no poder creer lo que estás viendo? Porque estás frente a unas leyendas del rock que admiraste durante tanto tiempo que te parece surreal el solo hecho de que lo que está pasando te está pasando a vos. No podés entender lo afortunado que sos. A lo mejor te pasa con cualquier otra banda, cantante o algún actor/actriz o director de cine. Pero espero que se haya comprendido.

Todo fue cobrando sentido a medida que los minutos pasaban y las canciones sonaban y yo giraba a ver a mi papá y a mi hermana como queriendo comprobar que lo que estaba pasando era real y no producto de un sueño. Y llegó Welcome To The Jungle. Y un par de temas después sonaba Estranged. ¡¡ESTRANGED!! You Could Be Mine, Sweet Child o´ mine, Civil War, Patience, Don´t Cry. Canciones que me vieron crecer, que hoy soy quien soy un poco gracias a ellas. Es inenarrable realmente.

Momentos llegaron en forma de flashbacks porque viajé a la infinidad de veces que las escuché a lo largo de mi corta vida: el patio de mi casa, el campo de mis abuelos, con los auriculares en el colegio, en la seguridad de mi habitación… momentos que se materializaron en una misma noche.

Cuando al recital le faltaba aproximadamente una hora, llegó el momento que lo cambió absolutamente todo. Esta vez sí. Porque a Axl le acercaron el piano al centro del escenario y pude escuchar las primeras notas de November Rain con mis propios oídos. Y fue como volver a nacer, como resurgir de las cenizas. Espero que lo entiendan, espero ser lo suficientemente comprendida. Porque durante esos diez minutos todo en mi vida cobró sentido. Pude entender qué hacía ahí, parada en ese instante, escuchando a Axl cantar y a Slash tocando el solo majestuoso que incorpora el tema. Siempre, desde la primera vez que vi el vídeo oficial de la canción, quise pertenecer a ese momento. Yo quería estar entre los invitados de aquel casamiento, yo quería formar parte de la larga mesa en la que luego todo se destruía y todos corrían en busca de refugio para salir ilesos de la fría lluvia de noviembre. Yo siempre quise cantar November Rain con la lluvia inundándome el cuerpo. Y, si bien no llovió ese treinta de septiembre, como ya saben, pude vivir la experiencia al máximo. Pude admirar a mi banda tan querida en vivo tocando el mejor tema jamás escrito y compuesto. Y pude crear mi propio recuerdo, uno que sea completamente mío, a pesar de que me rodearan ochenta mil personas.

Y yo ya no puedo pedirles más nada. Porque esa noche fue terapéutica. Esa noche fue la mejor noche que tuve en mucho tiempo. A pesar de que después tardamos dos horas en conseguir un taxi que nos llevara hasta el hotel. A pesar de que el recorrido que hicimos para llegar al estadio de River nos costó una hora larga entre mucha caminata, colectivos, trenes y subtes de por medio. Fue inolvidable, fue maravillosa. Desde que salimos temprano a la mañana y mi papá casi se olvida la entrada en su casa, hasta cuando paramos en una estación de servicio a comprar algo para comer y seguimos viaje y también cuando íbamos cantando a los gritos las canciones. Todo fue… hasta poético.

Pero, como nada dura para siempre, incluso la cálida noche de septiembre llegó a su fin. Ninguno de los allí presentes pudo evitar el final que nos respiraba por la nuca. Segundos de silencio acompañaron la inevitable espera. Hasta que, la última vez que esa noche íbamos a escuchar un inicio de canción con los acordes de la guitarra de Slash en vivo se hizo realidad. Y Paradise City comenzó a sonar para dejarnos a todos emocionalmente destrozados.

Y ahora, cuando quiero volver a la ciudad paraíso, cuando quiero volver a casa, mi cabeza viaja a ese mágico momento. En donde fui libre y feliz. Porque una canción de Guns N´ Roses siempre va a ser mi vuelta a casa, por todo lo que ellos significan… aunque en algunas hablen de prostitutas, drogas y sexo –y en algunas otras de amor, pérdida y de que a veces todo lo que necesitamos es un poco de paciencia–.

Por Lourdes Garay

Estudiante de periodismo.

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